Vivir con SIBO plantea muchas dudas en el día a día, y una de las más frecuentes es si resulta conveniente seguir con la práctica de ejercicio físico. La respuesta es tranquilizadora: el deporte no está prohibido, pero sí requiere adaptaciones en función del estado digestivo y del tipo de actividad elegida.
Mantener el cuerpo en movimiento puede ser beneficioso siempre que se respeten los límites personales, igual que ocurre con la alimentación, donde seguir una dieta para el SIBO se convierte en una ayuda fundamental.
Entender cómo ajustar el nivel de esfuerzo, identificar las señales que manda el cuerpo y elegir actividades más amables permite disfrutar de la actividad física sin miedo a empeorar los síntomas.
¿Cuesta más hacer deporte con SIBO?
El momento en el que se diagnostica SIBO cambia el modo en que se siente el cuerpo: puede aparecer hinchazón, malestar después de comer o fatiga. Esa sensación de que el abdomen está más pesado va en contra de lo que suelen exigir los movimientos dinámicos.
Lo que conviene es encontrar ese equilibrio entre mantener la actividad y evitar que el esfuerzo resulte una provocación para el sistema digestivo. No se trata de detener el movimiento, sino de revisarlo a fondo.
¿Cuántas veces se ha notado que un simple paseo ligero deja una sensación más cómoda que una sesión intensa de entrenamiento? Ese contraste refleja muy bien lo que pasa con SIBO: a veces, lo suave encaja mejor. Por ejemplo, caminar despacio después de comer acaba convirtiéndose en un aliado más que un enemigo, porque contribuye al movimiento sin desencadenar molestias digestivas.
Ejercicio moderado: la llave para seguir activo sin forzar
Cuando el cuerpo habla con signos como gases, pesadez o barriga hinchada conviene elegir actividades que no suponga un estímulo excesivo. Situaciones cotidianas sirven para ilustrar esto: andar 20 minutos por el barrio, subir y bajar escaleras del trabajo a ritmo tranquilo o acompañar al perro a trote lento.
Todo eso puede hacer que el cuerpo mantenga cierta dinámica sin exigirle una respuesta exagerada. A medida que la sintomatología mejore, se pueden ir incorporando variaciones suaves, como caminar un poco más rápido o añadir ejercicios de movilidad en casa que activen sin sobrecargar.
Esa progresión gradual facilita que el sistema digestivo tenga tiempo para ajustarse. Y si un día parece que va mejor, no significa que deba darse un salto inmediato hacia una rutina intensa; conviene ir paso a paso para evitar recaídas o sensaciones de agotamiento que luego terminen frenando la constancia.
Señales para parar o bajar el ritmo
Aunque el ejercicio moderado resulta beneficioso, hay señales que indican que conviene reducir el ritmo. Ese tipo de señales suele incluir ese dolor punzante en la zona baja del abdomen, esa urgencia digestiva que desvela que algo no está cómodo o una fatiga repentina tras solo diez minutos de actividad.
Son momentos en los que lo más sensato es escuchar al cuerpo: detenerse, respirar, relajarse y regresar luego con calma. Otra señal puede ser aparecer con más gases de los habituales o notar que la barriga está visiblemente más inflada poco después del ejercicio.
En esos casos, lo útil es revisar tanto la intensidad como el tipo de ejercicio elegido y ajustar por si conviene ir más despacio o cambiar a algo más suave.
Estrategias cotidianas para adaptar el ejercicio al día a día con SIBO
El ejercicio en el día a día se va transformando cuando se vive con SIBO. Imaginarse una tarde sin moverse no ayuda, al contrario, puede provocar más rigidez o molestias.
Entonces, conviene plantar actividades fáciles de encajar: pasear tras comer con música, subir escaleras caminando respirando profundo como si fuera un pequeño descanso mental, hacer estiramientos suaves mientras se prepara algo en casa, o elegir bicicleta estática con ritmo muy suave mientras se charla o escucha un podcast.
Esas pequeñas decisiones generan el efecto de mantener el cuerpo en movimiento sin forzar el sistema digestivo. Si aparece algún síntoma menos habitual, como dolor más fuerte o náuseas, conviene detenerse, hidratarse y esperar a ver cómo responde el cuerpo antes de volver a retomar la actividad. Esa manera de modular ayuda a mantener el ritmo sin provocaciones innecesarias.
Ir elevando el nivel cuando el cuerpo lo permite
Después de varias sesiones suaves que no provocan molestias, se puede plantear avanzar con pasos pequeños. Tal vez una caminata algo más larga, cambiar el ritmo a paso ligero durante un tramo, introducir ejercicios de fuerza leve como sentadillas apoyándose en la pared, o actividades de bajo impacto como nadar suave o estiramientos activos.
Es importante que cada avance dé espacio al cuerpo para recuperar. Es curioso cómo un entrenamiento ligero bien elegido puede reforzar esa sensación de bienestar sin exigir demasiado. Y si los síntomas siguen a raya, esos pequeños escalones permiten llegar a un ejercicio más sostenido sin sobresaltos digestivos.
Es simplemente un modo más amable de retomar lo que el cuerpo puede tolerar y disfrutar, sin presión ni expectativas exageradas.
El papel del descanso como parte del entrenamiento
Descansar no significa no hacer nada, sino dar espacio a que el cuerpo digiera lo que ha pasado. Cuando hay malestar digestivo, descansar entre sesiones activas permite al sistema recuperarse.
De hecho, ese descanso suele favorecer que los episodios leves de hinchazón disminuyan más rápido, sin necesidad de detener por completo la actividad física.
¿Ha ocurrido que después de un paseo ligero se experimenta una sensación más ligera y cómoda? Eso muestra perfectamente lo que se logra con un descanso inteligente. Mantener actividad ligera durante el día, alternar con instantes de reposo, y responder al cuerpo con amabilidad, ayuda a sostener una rutina que no resulta agresiva ni ansiosa, sino equilibrada.